jueves, 20 de diciembre de 2018

Seamos ese cambio que queremos ver en el mundo

La reducción de peso graso puede tener beneficios evidentes en la salud. Si lo acompañamos de ejercicio físico, donde combinemos adecuadamente el trabajo de fuerza y el cardiorrespiratorio, y mejoremos nuestros hábitos alimenticios, buscando la sostenibilidad a largo plazo, y su anclaje a un estilo de vida más sano o más respetuoso con nosotros mismos, tendremos el cóctel perfecto para mejorar y mantener nuestra salud y poder disfrutar de la vida como se merece. Pero, claro, nadie dijo que iba a ser un camino de rosas —la vida no lo es—. No podemos estar dependiendo constantemente de la fuerza de voluntad, eso es apuntar al fracaso. Hoy en día no existe tal fuerza de voluntad para ciertas cosas: disponemos de todos los productos a nuestro alcance inmediato. Vivimos en un entorno obesogénico al que nuestro organismo se adapta respondiendo con la obesidad: un constructo humano que aún no hemos comprendido del todo. Por ejemplo, se diagnostica, pero el diagnóstico plantea el problema pero no la solución. Es necesaria su correcta interpretación, claro, pero más importante son las decisiones que tomemos: manejar estrategias que se conviertan en hábito; convertir lo inconsciente en consciente, y que la corrección se convierta en un hábito inconsciente. Es la neurociencia cognitiva social y conductual; el conocimiento del cerebro, y la psicología, puesto a nuestro favor, y no en nuestra contra, como se hace desde tiempos inmemoriales, e inmemoriables, pues es en la infancia donde hay que poner más énfasis: cuando la consciencia de los actos está abrigada por lo instintivo de nuestro cerebro más primitivo —“adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta”.
Tengo grabadas las palabras que el ilustre cardiólogo Valentín Fuster dijo en una entrevista que le hicieron: “Las iniciativas dirigidas a niños son una excelente inversión de futuro, porque a esas edades aún están a tiempo de adquirir unos hábitos de vida saludables y una visión del mundo que les permita liderar un cambio y construir una sociedad mejor. No se trata de tomar chocolate negro o espárragos o adoptar una medida concreta. Es todo un conjunto educativo que lleva a priorizar la salud. Es decir, hay que promover la salud y no tanto prevenir la enfermedad”.
No seamos nosotros —los adultos: padres, tíos, abuelos, y demás familia— quienes fomentemos y potenciemos las recompensas negativas, las chucherías, las galletas, la bollería, los cereales refinados, los polvos de cacao azucarados y chocolates varios, los refrescos y zumos, los aceites de baja calidad, las margarinas, las salchichas, y demás comestibles. Es crítico asumir esta responsabilidad!

¿Sabíais que muchas civilizaciones antiguas no reconocían el color azul? No lo reconocían porque ni lo aprendieron ni lo necesitaban. "¿Quién dice que el cielo y el mar son azules? ¿Acaso son del mismo color?”. Se pregunta el psicólogo y especialista en psicología cognitiva y neuropsicología de la Universidad de Londres, Jules Davidoff. Se pueden ver los innumerables trabajos de investigación que ha llevado a cabo, juntos con sus colaboradores, en esta fantástica página con los enlaces correspondientes https://www.gold.ac.uk/psychology/staff/davidoff/
No necesitamos de esos productos!

En la lucha contra las enfermedades culturales —y la obesidad lo es—, no queda otra que cambiar y controlar el entorno, para no tener que depender la fuerza de voluntad que no tenemos. Nuestro organismo es una máquina infalible de eficiencia, de adaptación. El otro día le escuchaba decir al médico cardiólogo argentino, Daniel Flichtentrei, que “el 90% de la herencia genética es adquirida”, mediada por la relación con el entorno, lo que se conoce como epigenética; correspondiéndose con la interacción entre el genoma, el medio ambiente, la nutrición, la actividad física, los horarios de sueño, los niveles de estrés, y la conducta o estilo de vida; algo de lo que da buena cuenta todo el trabajo de investigación llevado a cabo por el doctor José María Ordovás, rescatando algunas de sus aseveraciones como que "Los factores epigenéticos se pueden transmitir de una generación a la siguiente y a la siguiente. Teniendo en cuenta que la epigenética está influida en gran medida por los hábitos de vida, entre ellos la nutrición, es pues muy importante el considerar que nuestro estilo de vida puede afectar la salud de varias generaciones". Él hace hincapié en que somos producto de la evolución. Generación tras generación se van produciendo mutaciones genéticas. Hemos navegado entre períodos de escasez de alimentos y de hambruna que hemos sufrido antaño, donde se produjeron una serie de adaptaciones por presión selectiva, predisponiéndonos hacia un metabolismo ahorrador y cómo eso choca de lleno con la situación más actual de los países desarrollados o en vía de desarrollo, produciendo una serie de enfermedades como son la propia obesidad, la diabetes, etc. Actualmente, las costumbres de los pueblos se han globalizado, y eso ha influido, de manera irremediable, en los hábitos alimentarios de los individuos y de la sociedad en su conjunto.

Lo siento, pero hemos basado las recomendaciones dietéticas en datos erróneos, y eso lo estamos pagando en la actualidad. Hay que mirar con otras lentes!

Pero, hay esperanza! Soy defensor activo de que se puede entrenar el cerebro. Se sabe que la obesidad se asocia con una hiperactivación de los circuitos del sistema de recompensa del cerebro en favor de la comida calórica e hiperpalatable, produciendo ciertos cambios en áreas del cerebro relacionadas con el aprendizaje y la adicción. Entonces, por qué no redirigirlo en la otra dirección?
Al igual que se está estudiando de manera excelsa como podemos reeducar al cerebro en los casos de dolor crónico, como en ciertas alteraciones de sensibilización central y periférica: migraña, fibromialgia, síndrome de intestino irritable, etc., también se está haciendo lo propio con los trastornos alimenticios y, en este caso, en la reversión hacia una alimentación más natural. Haciendo una conexión con estos dos paralelismos, es necesario conocer el trabajo de Lorimer Moseley, “La educación del modelo de sensibilización central se basa en el aprendizaje profundo —destinado a reconceptualizar el dolor— basándose en la suposición de que se producirán respuestas cognitivas y conductuales apropiadas cuando el dolor se considere menos peligroso. Se requiere una educación detallada en fisiología del dolor para reconceptualizar el dolor y convencer al paciente de que la hipersensibilidad del sistema nervioso central en lugar del daño tisular local es la causa de los síntomas que presenta”.
Ahora, hagamos los cambios pertinentes en el texto y, entre otros, cambiemos la palabra dolor por la palabra apetito o hambre. Podemos llevarlo a la práctica?
Sí, sensibilidad, hipersensibilidad hacia patrones de alimentación más naturales, más saludables, en detrimento de los más perniciosos. Debemos salir del circulo vicioso, romper los eslabones de los comestibles basura antes mencionados. Así mismo, es crítico asumir la responsabilidad de cocinar, de moverte, de ir al gimnasio y hacer ejercicio. Pero has de saber, por cierto, que siempre será una tarea inacabable e inalcanzable. Deberás estar toda la vida luchando con el cambio de comportamiento adquirido. Y eso pasa por hacerte responsable de ti mismo, de tus decisiones —actos y omisiones—. Resulta capital que aceptes el momento presente —y tu pasado—. Acepta tu cuerpo ahora. Mírate al espejo, por favor. Acepta tu situación, la que sea, pero haz algo para mejorarla. Rompe con la imagen distorsionada que tienes de ti mismo. Hazle ver a los demás que no eres quien piensan que eres, o sí. Busca el crecimiento personal, ser una mejor persona. Tienes que persuadirte de que eres capaz. Convencerte de tus capacidades, de tus aptitudes, y, sobretodo, de tus actitudes. Toma el control de tu vida, del presente y de tu futuro. No esperes a que pase algo que necesite un cambio radical. Hazlo ahora y disfruta de tu libertad. Nadie lo va a hacer por ti!
También deberás ser consciente de que no hay milagros, no hay atajos, no hay camino fácil. Apéate de ello! Las cosas sencillas son las que mejor resultado suelen dar: conseguir lo máximo con lo mínimo. Puedes hacer mucho al respecto, podemos hacer mucho al respecto!

¿Piensas que exagero? Solo mira a tu alrededor... ¿Qué come la gente? ¿Qué comes? ¿Qué bebes? ¿Qué ves en la televisión? ¿Qué lees? ¿Qué haces? ¿Qué piensas? ¿Qué haces?

Con la información que tenemos, con todos los datos en la mano, no podemos seguir insistiendo en intervenciones y mensajes reduccionistas —iatro y psico macaneos, como dice el físico y filósofo Mario Bunge—, más que nada porque aún son mucho mayores los datos de los que carecemos. En nutrición, el todo es mayor que la suma de las partes, por eso hay que tratarla como un componente integrado dentro de todo un estilo de vida, el cual está influenciado por muchísimos factores que funcionan de manera sinérgica, por supuesto, pero, en mi opinión, estamos errando tanto si derivamos hacia los extremos —dieta cetogénica, vegetariana, etc.—, como si simplificamos demasiado, lo cual no va reñido con hacerlo sencillo.
Pero, lo que no estamos haciendo, hoy por hoy, de manera general, es cumplir con las recomendaciones de una dieta habitual adecuada, la que, por cierto, incluye productos de origen animal, como carnes magras sin procesar, que nos aportan proteínas de calidad con alto contenido en aminoácidos esenciales, vitaminas y minerales. Un consumo semanal de 3-4 raciones, junto con la alternancia de pescados salvajes, de captura —blancos y azules—; de huevos y lácteos, en cantidades óptimas —y de la calidad—; junto con las raciones de frutas, hortalizas y verduras, frutos secos, granos integrales, semillas, y legumbres; y no excediéndose de las recomendaciones de azúcar añadido, el sodio y la grasa saturada, garantizan las ingestas necesarias para todo lo mundo. A partir de ahí, según las necesidades de cada uno, por el tipo de trabajo y deporte realizado, habrá que acondicionar la dieta a esos requerimientos.

Aprovecho para compartir una serie de artículos que ayuden a entender un poco más lo que estamos generando en nuestro cerebro, y en nosotros mismos…
  • Greater Corticolimbic Activation to High-Calorie Food Cues after Eating in Obese vs. Normal-Weight Adults. Anastasia Dimitropoulos, et al. Appetite. 2011. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3264811/
  • Comparison of Weight Loss Among Named Diet Programs in Overweight and Obese Adults. Bradley C. Johnston, et al. JAMA. 2014. https://jamanetwork.com/journals/jama/fullarticle/1900510
  • Calorie information and dieting status modulate reward and control activation during the evaluation of food images. Andrea L. Courtney, et al. PLoS One. 2018. https://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371/journal.pone.0204744
  • Exploring the consumption of ultra-processed foods and its association with food addiction in overweight children. Filgueiras AR, et al. Appetite. 2018. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/30439381
  • Consumption of ultra-processed foods and body fat during childhood and adolescence: a systematic review. Caroline Santos Costa, et al. Public Health Nutr. 2018. https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/28676132
  • Excessive body fat linked to blunted somatosensory cortex response to general reward in adolescents. Juan Francisco Navas, et al. International Journal of Obesity. 2018. https://www.nature.com/articles/ijo2017207

No hay comentarios:

Publicar un comentario