viernes, 5 de octubre de 2018

Tame the Beast!

Vivimos en un mundo plagado de dolor crónico; un mal tan extendido que una de cada cuatro personas lo padece. El dolor persistente llega a ensombrecer la vida de la persona que lo sufre, impidiendo el buen desempeño de actividades cotidianas. Y nada de lo que se hacía hasta ahora para intentar acabar con él parece dar resultados (reposo, medicación, cirugía, acupuntura, etc.). Pero en los últimos años se están haciendo descubrimientos emocionantes y los científicos que investigan sobre el dolor y sus mecanismos están empezando a pensar de manera diferente —es lo que se denomina “Ciencia del Dolor”—. Uno de los grandes hallazgos, aunque parezca obvio, es que la forma en que piensas acerca de tu dolor puede cambiar la forma en que te sientes.

El dolor no es un indicador preciso de la salud de los tejidos, realmente es un protector, ya que al hacer que nos sintamos mal, permite al cerebro modificar nuestro comportamiento para evitar lesiones mayores o que los tejidos puedan sanar. Pero a veces el dolor no ayuda, como por ejemplo el asociado a un miembro fantasma —el miembro amputado duele aunque no esté—, y el dolor es muy real.

El dolor es una señal de alarma de tu cerebro, ante una evidencia clara, para decirle a tu cuerpo que necesita protección. A veces es sobreprotector y recibimos innecesarias señales de alarma. Hay muchas formas en que nuestro sistema nervioso puede acabar enviando señales de alarma innecesaria —dolor disfuncional, quizás?—. Por ejemplo debido al condicionamiento. Pensemos en el perro de Pavlov, cada vez que se le daba comida, Pavlov tocaba una campana y, por supuesto, el perro salivaba al ver la comida. Esto realizado durante un tiempo hizo que finalmente el perro estuviera condicionado a salivar solo por la campana. El condicionamiento es solo una de las maneras en que nuestro cuerpo aprende a sentir dolor; y cuanto más tiempo tu sistema nervioso produzca dolor “mejor” será produciéndolo: tu cuerpo aprende a sentir dolor.

Entonces, ¿qué alimenta a esta bestia? En los tejidos de nuestro cuerpo el dolor funciona de la siguiente manera: hay neuronas específicas las cuales normalmente solo responden a estímulos dañinos —nociceptivos—; ya sean mecánicos, químicos o térmicos. Cuando son activados, envían una señal de alarma a tu médula espinal —asta dorsal de la médula espinal—, la cual puede que a su vez envíe la señal a tu cerebro. Esta actividad de las neuronas se llama nocicepción y tiene lugar en todo momento, aunque solo a veces se traduce en dolor. La mayor parte del tiempo el cerebro te protege con otras acciones como el movimiento. Una vez que la señal de alarma llega al cerebro, este la interpreta empleando toda la información que le llega y la mucha que ya tiene almacenada. Si hay una buena razón para pensar que se requiere protección, entonces tu cerebro produce dolor. Unos de los increíbles descubrimientos de los últimos tiempos es que puedes sentir dolor sin que haya ningún estímulo físico: los pensamientos y lugares pueden activar las señales de alarma. Y el dolor que se siente es exactamente el mismo. Pero no es solo tu cerebro; tu médula espinal también aprende a generar innecesarias señales de alarma. Tú sistema nervioso puede estar aprendiendo a sentir dolor cuando este se presenta o se extiende sin previo aviso. Nuestro cuerpo se siente extraño y nos cuesta movernos bien. Tu dolor cambia rápidamente con tu estado de ánimo y pequeños contratiempos pueden desencadenarlo. Antiguas lesiones comienzan a doler nuevamente. Eres más sensible al estímulo y cuanto más dure el dolor más se repetirá este proceso —y no podemos dejar que eso suceda, no podemos permitir que el dolor dirija nuestras vidas—.

La manera tradicional en la que se entendía el dolor no podía explicar estas cosas y hacía que muchos dolientes —o pacientes— sintieran que nadie creía que su dolor fuera real o que se pensara que si había tanto dolor era porque había un problema mayor en el tejido, pero ahora sabemos cómo ocurre el dolor persistente.

Entonces, ¿cómo podemos domar a la bestia? El dolor es algo muy personal, no hay una solución única para todos. Y aunque ya tengamos estrategias bien pensadas para hacerle frente, ha llegado el momento de cambiar nuestra forma de manejar y reducir el dolor, una forma que se centre en reprogramar nuestro sistema de dolor. Esto podría traducirse en ponernos físicamente a prueba y movernos más —y mejor— de lo que lo hacemos habitualmente. También ayuda ser honestos con las actitudes, creencias y opiniones que tengamos actualmente.

Así que sé valiente y ten esperanza porque ¡podemos domar a la bestia!

Lorimer Moseley (PT, PhD)

Fuente: https://www.tamethebeast.org/#home

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