miércoles, 7 de febrero de 2018

La Fascia

Huesos, músculos, ligamentos, nervios, vasos sanguíneos, órganos, glándulas, fascias..., todos forman un todo: EL CUERPO, yendo mucho más allá en la idiosincrasia del SER.

En el caso de la fascia, podemos definirla como un órgano sensorial donde el estrés y la falta de movimiento tienen un efecto directo: una madeja de fibroblastos produciendo colágeno y ácido hialurónico que ayuda a la reabsorción de agua y mejora de la capacidad de lubricación y deslizamiento de la misma; interrelacionándose vasos sanguíneos y nervios por los que circulan impulsos nerviosos eferentes y aferentes. Una red biotenségrica donde se producen efectos mecánicos de transmisión y mecanotransducción.

Merece mucho la pena adentrarse en el conocimiento de las capas más profundas de lo visible, llegando a lo que no percibimos a simple vista —a nivel microscópico—, pero que aporta una explicación plausible a muchas de las dolencias crónicas. Es necesario que profundicemos mucho más en el significado y funcionamiento del tejido fascial, sus orígenes embriológicos, su relación con el movimiento, con los sistemas nervioso, endocrino, inmune…; aplicando el paradigma de biotensegridad a la cinestésica humana. Esto nos ayudará a ver las cosas con una mayor perspectiva y, desde ahí, ir introduciendo ciertas dinámicas en los entrenamientos que, junto a la escucha activa y empatía, a la educación en neurociencia del dolor y el enfoque biopsicosocial, y al control de las cargas progresivas de ejercicio —ENTRENAMIENTO— están dando muy buenos resultados.

Quizás, al principio, sea un poco complicado entender que nuestro cuerpo es un continuum, puesto que venimos de estudiar de manera esquemática un modelo mecanicista de la organización de las partes del organismo. Pero la expansión miofascial rompe con esa visión reduccionista y nos transporta a la comprensión de unidad —el organismo como un todo—, donde, por supuesto, anatomía y función son indivisibles. La sencilla complejidad de la ininterrumpida conexión corporal, donde alteraciones o lesiones en una parte del cuerpo, pueden afectar a zonas mucho más distales de la dañada. Resulta de una preocupante desorientación el tratar única y exclusivamente la zona del dolor, muchas veces es lo último que hay que tocar. Lo que sí hay que hacer es reorganizar patrones de movimiento, reeducar en higiene postural, respirar, relajarse…

Cualquier tipo de rehabilitación por parte del fisioterapeuta, cualquier readaptación que se lleve a cabo en un gimnasio, cualquier programa de ejercicio que diseñe un preparador físico, deberán ir impregnadas del enfoque biopsicosocial. No se entiende de otra manera, y hay que aplicarla de facto. Hay que educar en el NO DOLOR, desde el conocimiento, desde la sensibilidad y el respeto, pero con contundencia; escuchando, empatizando, pero con determinación.

El movimiento es esencial, y las alternativas, a veces complementarias, como el masaje y la acupuntura, son opcionales. El propio movimiento introduce mucha más dinámica en el tejido, ayudando a mejorar la actividad enzimática, por ejemplo. Puedes usar movimientos segmentales o movimientos globales; mono o multiarticulares; simples o complejos; y combinarlos todos entre sí. Pero MUÉVETE, y presta atención —atención cinestésica consciente—, y continuidad, perseverancia. Y así como la música es sonido y silencio: DESCANSA.

Puede pasar hasta un año para regenerar el tejido por completo. La clave está en la dosis correcta y en las adaptaciones que se irán produciendo.

Para qué entrenamos? Entrenamos para la vida!

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